jueves, 9 de abril de 2009

*Veinte minutos*


Mary era la muñeca de Lucy.
Mary recordaba muy bien el día en que llegó a casa de Lucy.
Se divertían juntas y pasaban horas en el cuarto de Lucy.
Lucy mesaba los oscuros cabellos de Mary mientras le cambiaba los preciosos vestidos cien veces al día.
Lucy pensaba que Mary era la mejor muñeca con la que había jugado jamás.
El tiempo transcurría y cada día Mary se sentía más feliz por poder pertenecer a Lucy.
Mientras tanto la muñeca obviaba las veces que Mary la olvidaba en el interior del baúl de madera cuando bajaba a la calle.
Mary no tenía constancia de que estuviera siendo reemplazada por muñecas nuevas y, ciertamente no era así pero comenzaba a sentir cierta distancia entre ella y la niña.
Cuando las amigas de Lucy gritaban su nombre desde el jardín, 
ella bajaba rápidamente olvidando la muñeca en el baúl.
Pero, había veces, aún cuando sus amigas le prestaban muñecas nuevas,
que Lucy echaba de menos a su vieja muñeca.
 Claro que esto eran episodios aislados y alternados,
lejanos entre si en el tiempo.
Entonces Lucy corría al baúl y jugaba efusivamente con Mary quien trataba de disfrutar de estos momentos al máximo, aunque su inexistente corazón se sentía vacío.
Y Lucy la zarandeaba fuertemente y un día Mary perdió un brazo.
Y volvía a olvidarla.
Y tiempo después volvía a abrir el baúl.
Mary se cortó el pelo, Mary se pintaba su rígida tez de plástico con palabras bonitas,
Mary se afanaba en encontrar ropa que ninguna otra muñeca vestiría...
Pero cada vez que Lucy abría el cajón tan sólo pretendía jugar con ella.
 Efusivamente. Sólo veinte minutos.

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